Julia Alvarez Iguña

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Lic Julia Alvarez Iguña

Vida Cotidiana

Psicología on Line

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Psicología aplicada al Golf

El árbitro y su función formadora


Una de las funciones educativas del deporte es lograr que el niño aprenda el gobierno de sus pulsiones o instintos naturales, el conocimiento de sus límites, lo que se puede y lo que no, lo que está permitido y lo que está fuera de sus reglas. El deporte forma parte de la educación y de la cultura, y una de sus funciones es lograr que el deportista controle sus conductas por medio del aprendizaje y la puesta en juego de las normas del reglamento. Esos límites son los que nos dan una identidad y nos definen como jugadores y como personas haciéndonos respetar, pero al mismo tiempo, respetando al compañero y al rival que está al lado nuestro. El premio fair play al mejor equipo, no es simplemente un trofeo al más habilidoso sino al que “mejor sabe respetar las reglas”.

Como decía Aldous Huxley (1969) el deporte bien utilizado puede enseñar resistencia, implementar el juego limpio, el respeto por las normas, el esfuerzo coordinado y la subordinación de los intereses personales a los de grupo; sin embargo, mal utilizado, puede promover la vanidad personal, el deseo codicioso y egoísta de victoria y odio entre rivales, y el espíritu colectivo de intolerancia y desdén por los demás.

El deporte es descarga de agresividad sublimada, donde se pone en juego la pulsión de dominio; dominar los objetos, dominar nuestro cuerpo, dominar al otro. El poder jugar con la libertad absoluta de liberar todos nuestros impulsos, ya no sería un deporte sino una guerra de todos contra todos. Es así que se instala la ley, la norma, el reglamento imponiéndose por medio de la representación del árbitro. Su ley funciona como una imposición externa, que el jugador debe cumplir si no quiere ser penalizado, expulsado, para luego ser reintegrado de nuevo en lo social por medio de la interiorización de la ley moral.
Cuando un jugador no puede tolerar la frustración, el límite y la ley, es una persona acostumbrada a conseguir lo que quiere, sumergido en el placer ilimitado, y desconectado del displacer de la realidad. Así como el jugador aprende habilidades físico-técnicas, también debe ser entrenado a aprender a tolerar situaciones donde no siempre se consigue lo que se quiere, a respetar y a ayudar al otro por más que ese otro sea mi rival.

El jugador debe poder acatar la función de la ley del árbitro transformando o sublimando esa agresión negativa en crecimiento positivo personal, y por ende del equipo. No se logra nada con transgredir, agredir, insultar o gritar al árbitro, a los compañeros o al público. Solo trae consecuencias negativas que pueden ser tomadas como agresiones auto-referenciales con la consiguiente expulsión del jugador. No es el árbitro el que expulsa a un jugador, sino que suele ser el propio jugador el que se auto-expulsa por el número de faltas cometidas, pero es bien sabido que la culpa siempre la tiene el otro.
La actuación del árbitro comienza cuando se rompe el juego, y su función es proteger a los que juegan imponiendo el fair play cuando la trasgresión se intromete en el partido. El árbitro sanciona a un jugador no tanto “por” lo que hizo sino “para” que pueda continuar en el futuro en el cumplimiento de las normas sociales. El gran peligro reside en ver en los límites sólo el aspecto empobrecedor de lo que nos quitan y nos prohíben.

Desde el psicoanálisis y el deporte, la figura de autoridad está representada por el árbitro, sobre el que se transfieren y desplazan, de modo inconsciente, sentimientos hacia el padre. Todos queremos a nuestro padre, pero también en cierto momento lo hemos odiado un poco, en una ambivalencia afectiva.

El fue el primero en poner límites, en decir “no, eso no se hace”. Cuando vamos creciendo y entendemos el porqué de ese “no” sin resentimiento, lo podemos poner en práctica; pero hay otros “no” ante aquello que no pudo ser puesto en palabras por el padre, generando una libre interpretación por medio del niño donde el padre es odiado. Más tarde eso no dicho pero sentido, lo desplazamos a otra persona de autoridad, en este caso el árbitro, gritando y descargando lo que no pudimos hacer en tiempos pasados.

Ese tiempo psíquico no es medible pero continúa en el inconsciente y se transfiere a otro tiempo cronológico en el momento de volver a revivir esa emoción real que vuelve del pasado donde lo que aparece remite a un tiempo lejano. Los límites en el deporte ponen fin a la fantasía de omnipotencia donde todo se puede, donde “quiero todo ya”. No hay educación sin una adecuada dosis de frustración. El deporte es una preparación constante para aplicar a la vida, desde donde iremos jugando y aplicando los distintos roles: jugador, amigo, profesor, hijo, padre.

El deporte nos hace enfrentar momentos de fracaso y de pérdida, ya que supone la reducción del deseo y el desarrollo de la capacidad de espera, con la esperanza de saber que lo esperado está allí afuera para ser tomado luego del sacrificio por lo deseado y merecido de nuestro esfuerzo.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

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19/4/11 16:57