Julia Alvarez Iguña

Julia Alvarez Iguña
Lic Julia Alvarez Iguña

Vida Cotidiana

Psicología on Line

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Psicología aplicada al Golf

PRESIONES Y MANDATOS DE LOS PADRES.






Los padres juegan un rol muy importante en la formación deportiva de sus hijos, ya que ambos aprendizajes serán luego internalizados, y desplazados a formas de ser y conducirse entre el micromundo del niño, y el macromundo de la sociedad, de acuerdo a la cultura y los valores predominantes de cada familia.

El deporte es un formador en la subjetividad del niño apoyado por la presencia, palabra y ejemplo de sus padres.

 Un padre que juega con sus hijos, más allá del placer del juego, le enseña a incorporar un modelo de vida basada en valores propios de reconocimiento, ayuda a desarrollar habilidades y, al mismo tiempo, le enseña ante el error, a continuar con el juego y no romperlo por medio de su capacidad de recuperación fortaleciendo la tolerancia al error.

Cuando el padre busca espejarse en el hijo campeón, queda en un lugar idealizado con terribles demandas para el jugador. Muchas veces, los hijos son una provisión narcisista de padres con una muy baja autoestima, donde viven de acuerdo al reflejo que reciben de sus hijos. Desde ese lugar, parafraseando a Freud, “Your majesty, the Fathers”, parecen disfrutar de todo el prestigio alcanzado por sus hijos en el deporte, tratando de renovar la reivindicación de privilegios, abandonados desde hace tiempo para sí mismos. “Mi hijo es insuperable, un gran profesional ¿vos lo conoces no?”. Son muchos los profesionales que han dejado el deporte ante la insoportable presión de sus padres.


Muchos, en el camino a la excelencia, no llegan porque dudan de sí mismos, no valen por lo que son, sino por los ideales puestos en juego de lo que tendrían que ser. Podríamos también nombrar hijos de importantes profesionales, a quienes les es muy difícil lograr correrse de esa sombra de apellido famoso, que pesa, molesta, sofoca, no dejando al jugador jugarse por su propio destino.

Un jugador debe jugar y ser responsable de sus propias acciones y no debe jugar por temor a la autoridad, sino basada en su propia conciencia moral e ideales de vida. Para los padres ver la verdad de los hijos, si son buenos o malos jugadores, muchas veces es verse a sí mismos, y eso cuestiona el ego de cada padre.
Muchas veces al jugador le produce tanto miedo cometer errores, que antepone el deber al placer del juego, presionando y tensionándolo en demasía.

Esto es muy difícil de sostener, sobre todo cuando se trata de largas competencias, ya que ni su cuerpo ni su mente descansa, como por ejemplo, en los profesionales de tenis o de golf, que deben sostener partidos de más de cuatro horas.
En el momento que uno permite que se entrometan estos pensamientos y obligaciones que parecen salir de la nada, cometen terribles errores, yéndose del partido con resultados negativos de juego. Cuando el Yo tiene que enfrentar su debilidad se sumerge en la angustia, y ante el miedo por no cumplir, pierde su estabilidad y concentración frente al cierre.

En toda competencia hay una puesta en escena del deseo de un jugador, quien busca una hazaña que cumplir para alcanzar un objetivo, su objetivo. Ésta es la fortaleza mental de poder focalizarse en los fundamentos del juego, y no en los fundamentos de los otros. Pero mientras más atrapado esté en su historia infantil, mientras más alienado su deseo, tratando de demostrar el papel de héroe, o de figurar y ser reconocido, más difícil será poder llegar al sueño anhelado.


Ante las presiones, si no jugamos de acuerdo a nuestros ideales, surge la culpa, y si no jugamos de acuerdo a las expectativas de los otros, la vergüenza. Si bien vergüenza y culpa son tomadas como sinónimos, en verdad son diferentes: la vergüenza es un afecto atribuido a no cumplir con los objetivos del ideal, mientras que la culpa surge por no cumplir de acuerdo a las demandas del Superyo, o sea, las voces internalizadas del los padres. Para ello se debe “controlar” positivamente las emociones, o re-direccionarlas de manera que no influyan negativamente en tu gesto deportivo.
A veces estamos tan ocupados en llegar a la meta (¿de quien?), que nos olvidamos de jugar. Podré ser bueno en esto, podré llegar a la posición que anhelo, pero dudo de mí mismo. Todos esos “deberías” y “tendrías” ya han pasado, eran acciones para demostrar a los padres y no perder su cariño ; ahora es tiempo de poder demostrarnos a nosotros mismos nuestras fortalezas, jugar sin miedo, salir a jugarte por tu deseo.

Palito Fidalgo, entrenador de tenistas de la talla de Gabriela Sabatini, solía decir: “Hay que desmitificar el ranking. Ganar o perder es una contingencia del juego. Si te toca ganar ganá; si te toca perder, perdé. No te pongas muy contento si ganás ni muy triste si perdés, porque siempre vas a ganar y a perder”.

Perder no es un drama. Debemos aprender perder en la vida. El que no sabe perder no sabe ganar y debes poder encontrar la respuesta a las preguntas: ¿Quién soy Yo? ¿Qué valor tengo y porque valores me juego?

Muchas veces estas respuestas surgen de una fantasía innata entre nuestro Yo y el Superyo y nos acompaña durante toda la vida. Para ello debemos hallar nuevos  significativos a los viejos aprendidos, lo que señala el poder de la persona sobre sí misma. Cuando estos pensamientos entran en conflicto, nuestro Yo debe actuar de manera reguladora y como juez de nuestras propias decisiones.
Tu Yo es el que debe prevalecer y actuar como arbitro ante decisiones de duda y evaluación.

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