Ya han quedado confirmados los treinta jugadores que disputaran el próximo Campeonato Mundial de Rugby en Nueva Zelanda. En dicha selección hemos escuchado muchos comentarios a favor y otros en contra. Estos son solo formas de manifestarse en el mundo del rugby, pero sabemos que la última palabra la tiene su entrenador y sobre ese tema no hay discusión.
Entiendo que debió hacerse una pre-selección de acuerdo a las demandas y necesidades que el equipo necesitaba. Para los convocados todo fue pasión y alegría, pero mi pregunta es la siguiente. ¿Qué pasa con los que no fueron incluidos?
La psicología del deporte se relaciona a la práctica del deporte, y abarca sus diferentes etapas: iniciación, desarrollo y retiro final. En ella nos dedicamos tanto al rendimiento, como a la prevención y sostén del jugador. El no poder pertenecer es una herida que toca la fibra más íntima. Es una pérdida que, al ser repentina y no esperada, trae aparejada una serie de reacciones emocionales negativas que tocan profundamente la autoestima. El no ser seleccionado, el no formar parte de un proyecto colectivo, la separación involuntaria de un grupo, el ser evaluado donde no se obtuvo el puntaje necesario, lastima mal, y si no se trabaja sobre ese auto-concepto daña la estima de sí.
Debe haber sido una difícil elección, ya que el resto de los nueve jugadores, todos poseían excelentes experiencias de alto nivel, algunos de ellos ya habían portado la camiseta celeste y blanca, o jugado en importantes equipos del exterior.
Perder una puesto en la selección implica perder la pertenencia, la identidad soñada, es tocar la fibra intima del deportista y atravesarla con una sola palabra: Estas afuera. Y ¿ahora que soy? Tanto el principio como el final de un jugador, generan sentimientos ambivalentes. Al ser seleccionado nos creemos “soy el mejor”, al no ser elegido: ¿“soy el peor”?
Es una desvinculación de un lugar, de una posición, por el cual se ha entrenado; para algunos significó el rechazo de propuestas de trabajo para ir a jugar afuera, pero se arriesgaron por la obtención de ese ideal.
Son dos cosas distintas que el jugador se retire, a que el rugby retire al jugador. Este es un caso totalmente pasivo donde la sorpresa lo deja tambaleante, lo deja fuera de, como dice el psicólogo Marceo Roffe: “la jubilación o el retiro tiene efectos negativos, pero cuando sucede en el deporte es una lupa grande que aumenta y potencia las desgracias y desilusiones de la vida misma”.
Debe haber sido mucho más duro y doloroso dar la noticia. Esta situación de ambas partes podría haber sido atenuada ante la intervención de un especialista. Hay que escuchar al jugador, aunque ya no se pueda dar marcha atrás en la decisión y darle la oportunidad de poder hablar e intentar entender por qué su desempeño no fue el esperado. La interrupción involuntaria de un proyecto produce frustraciones. Al desvincular un jugador se deben aclarar los motivos, de lo contrario, se deja rienda suelta a las catastróficas interpretaciones de cada uno, donde la noticia tiñe la emoción y el ánimo del deportista.
En estas situaciones, desde una posición preventiva, la psicología se encarga de trabajar tanto con el entrenador como con el jugador. La palabra prevención, proviene del verbo prevenir, es definida como “preparación, anticipación ante que se instale un síntoma ya sea físico como en el tema de las lesiones o psíquico relacionado a pérdidas, retiro, o como en este caso, a la exclusión del jugador de un equipo. Es preparar y poder sostener al jugador re-significando la situación por la que debe atravesar, no solo en un hacer sino en un pensar abriendo distintas alternativas de salida a una crisis. Toda crisis significa dificultad, pero también oportunidad. Las crisis hay que atravesarlas. Ante ellas tenemos tres opciones: te quedas llorando en el mismo lugar, caes más bajo tocando fondo, o la superas y subís a otro nivel enfrentando el problema no como una derrota, sino como un nuevo aprendizaje.
El deportista debe entender que ese no es el final de su carrera, que todo no pasa por no figurar entre los treinta mejores, que en el futuro también encontrará otras situaciones que le generen placer y capacidad de desarrollo. Es una situación muy dura, no lo podemos negar, pero todo no pasa por un solo lugar. Es una etapa más donde ese final puede enlazarse con otro comienzo.
No es tomado como una resignación, sino como una re-significación a la experiencia vivida.
Tanto para el retiro, como en estos casos de la no inclusión, el deportista también tiene que entrenarse, trabajar esa etapa de duelo y atravesarla de la mejor manera posible. Luego del llanto, hay que enseñarle a reír, acompañarlo en esa pérdida que toca su fibra más íntima, su identidad perdida, sabiendo que no es un final, que la vida sigue, que el golpe cayó cuando no se esperaba, y saber, como todo buen deportista, que forma parte del juego, de las victorias y las derrotas. No es un fin, es el comienzo de una nueva etapa, que nos pone a prueba una vez más. Pero esta vez será el jugador el que decida y elija su propio destino.
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